Artículo sobre Mandela en la Jornada

http://www.jornada.unam.mx/2013/12/07/mundo/022a1mun
Mandela universal y particular
Massimo Modonesi
El fallecimiento de Nelson Mandela suscitó una conmoción generalizada ya que se trataba de una figura universal, paladino de una causa políticamente correcta, ícono de la batalla contra el racismo en su versión más extrema, el apartheid. Aparecieron y seguirán apareciendo merecidos homenajes a un Mandela recortado a la medida, identificado con el perfil que adquirió en el momento de su trascendencia histórica y de su visibilidad mundial desde mediados de los años 80 hasta mediados de los 90. En este recorte se construye el mito: el mártir injustamente encarcelado, el pacifista impecable, el irreductible conciliador, el hombre sabio y justo, el Gandhi sud-africano.
Ese Mandela universal corresponde efectivamente al “último” Mandela, al camino que lo convirtió en el padre del Sud-áfrica actual. Al mismo tiempo, universalizado y transversalizado, el Mandela de todos aparece despolitizado respecto al conjunto de su trayectoria como luchador y se convierte en el prototipo del héroe ecuánime de los finales felices de cierre del siglo XX, finales aptos para Hollywood, en ruptura con el siglo de los conflictos ideológicos, de las polarizaciones que, según contaban –justo en estos años- los apologetas del “fin de la historia” afortunadamente se disolvieron en la armonía liberal y en la integración globalizada.
En este pasaje epocal, el triunfo de Mandela y el movimiento anti-apartheid fue también exaltado por las izquierdas deprimidas y a la defensiva después de la derrota histórica de final de siglo, derrotas que se fraguaron en el terreno de los conflictos de clase, en las relaciones de fuerzas nacionales e internacionales, culminando con el colapso del bloque soviético.
Y en efecto festejaban la victoria del movimiento anti-apartheid como propia no sólo por ser una causa justa sino porque el Mandela particular era un izquierdista, uno de ellos, era de los nuestros. Era un hombre forjado en la izquierda sudafricana, un militante comprometido que, después de intentar el camino democrático de las movilizaciones de masas, se fue radicalizando en los años 60 y optó por la lucha armada, por la revolución como proceso insurreccional. Un recorrido similar a muchos de los izquierdistas latinoamericanos que atravesaron los años 30 y 70, el largo ciclo de ascenso de los movimientos populares, tendencialmente anticapitalistas, que recorrieron el mundo. Era también, como ellos, un hombre de partido, un militante en el sentido profundo de la palabra, una mezcla de espíritu de sacrificio, principios, mística, ideología, capacidad de agitación, propaganda y organización.
En efecto, el movimiento encabezado por Mandela, el African National Congress (ANC), propugnaba y era expresión de una lucha de liberación nacional combinada a una lucha de clases y no desdeñaba tener en su seno un componente importante de comunistas que constituían la columna vertebral de la organización y destacaban por dedicación y formación política. En plena guerra fría Mandela era un terrorista, enemigo de los intereses norteamericanos y amigo de los gobiernos antiimperialistas, Cuba y Libia para poner ejemplos contrastantes. Mandela tenía muy claro que la liberación nacional sud-africana pasaba por la cuestión racial y ésta era la forma de la dominación de clase que caracterizaba el capitalismo cuya estructura, en las regiones periféricas, estaba condicionada por la lógica del imperialismo. No deja de ser una perspectiva actual para pensar radicalmente el tema del racismo y debería rescatarse en medio de los homenajes relativamente asépticos que proliferan en torno a la muerte de Mandela.
Por último, y no ha sido señalado a suficiencia, Mandela gobernó muy poco, al ejercer su cargo de presidente por menos de dos años entre 1994 y 1996, lo cual quiere decir que estuvo en la oposición, en la lucha social, aproximadamente 60 años, la parte fundamental de su vida política. Esto no quiere decir que no estuviese de acuerdo con el giro moderado de los gobiernos del ANC, giro que el mismo impulsó en estos primeros años marcados por las tareas de reconciliación nacional. Quiere decir que fue substancialmente un hombre de oposición y no un estadista.
Considerando el amplio arco histórico que abarcó su vida, el Mandela particular no puede ser objeto sólo de culto universal –como está ocurriendo- sino que merece un reconocimiento específico, desde el lugar que ocupó a lo largo de la mayor parte de su vida, desde la lucha, desde la izquierda.

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