El subversivismo de las clases dominantes y el Congreso Popular
Massimo Modonesi
En el México de hoy la ley está sometida al arbitrio de las clases dominantes.
Actúan sin ley, contra la ley o por medio de la ley según su conveniencia. Detrás de estos usos diversos se percibe claramente una ofensiva de carácter clasista, con claros fines de enriquecimiento y con la consiguiente profundización de la estructura profundamente desigual de la sociedad mexicana. Detrás de las mal llamadas reformas, se proyecta una radical redistribución de la riqueza en sentido regresivo, un intento de llevar a cabo impunemente una ulterior operación de concentración de dinero y de capital en manos de pocos nacionales y extranjeros. Para sostener este diseño manifiestamente contrario a los intereses de la mayoría de los mexicanos, una clase política ya de por sí desprestigiada opera sin ningún pudor ni el mínimo respeto a los valores que deberían inspirar su oficio de servicio.
En medio de este proceso degenerativo se están trastocando algunos principios básicos que regían la convivencia civil en México. Las clases dominantes subvierten las reglas que ellas mismas han ido estableciendo, gobierno tras gobierno, desde la segunda mitad del siglo XX. Llamar “reforma energética” el inicio de la privatización del petróleo, con la consiguiente pérdida de su pleno carácter público, es un intento mecánico de tapar el sol con un dedo, un reflejo propagandístico más que un real intento por mantener un consenso interclasista, ya que no está entre las preocupaciones de los gobernantes. Por ello, no convence a los que tendría que convencer de que la reforma no les afecta, mientras que están visiblemente de fiesta los grandes capitales saboreando el negocio que se les está ofreciendo en bandeja de plata.
En realidad predominan el descaro y el cinismo mientras el “subversivismo de las clases dirigentes” –usando la sugerente expresión de Gramsci- opera como regla de operación del régimen. Si la ley es un obstáculo, si los costos de la ilegalidad son demasiado elevados o se pueden simplemente evitar, se modifica la ley, sin mayores consultas sin preocuparse por el interés general ni por los intereses directamente afectados. Lo que quedaba de pacto social para regir la relación mando-obediencia, lo que los gobiernos del PAN no pudieron ni osaron poner en discusión, está disolviéndose en el inicio de este sexenio de restauración del modo priísta de gobernar.
Esta situación abre una brecha detrás de la cual los caminos se bifurcan. Frente al vacío estatal en el rubro de la seguridad, se arman los unos y los otros. Frente al repliegue estatal respecto a los derechos sociales y a la política salarial, los trabajadores oscilan entre el “sálvese quien pueda” y la solidaridad grupal primaria, que sea familiar o comunitaria. Pero, frente al lleno estatal de las iniciativas gubernamentales que abren el camino al despojo, frente al Estado instrumento de las clases dominantes, usado para legislar a su favor, para contener la protesta y para financiar su propaganda, las clases subalternas están entre la pared de la rendición y la espada de la confrontación.
De cara a una ofensiva tan fuera de lo ordinario, de la cotidiana administración del régimen, frente a la subversión como política de gobierno, cuando las reglas son quebradas desde arriba, las respuestas desde abajo se vuelven imprevisibles. Si por una parte puede llegar a haber un retroceso neto y, una vez más, imponerse la fuerza ilegítima acorazada por la legalización cínica de los representantes de las clases dominantes. Por la otra, con el nivel de agresión y de violencia física pero también económica y social, aunado a la burla de la política institucionalizada, a la cual están sometidos los mexicanos de a pié, el momento actual puede provocar situaciones inesperadas, descargas que suelten la presión de la indignación acumulada en distintas direcciones y con variables grados de violencia. Pueden ser estallidos de rabia popular, como los que protagonizan algunas franjas juveniles; iniciativas de autodefensa como la que vemos brotar a diarios; reagrupamientos políticos en la frontera del sistema de partidos como el de MORENA; un repunte de la lucha armada a nivel rural como urbano, etc.
En este contexto, la propuesta de Congreso Popular que lanzaron personalidades, intelectuales y artistas -por medio de la cual se insacularán alrededor de 500 ciudadanos para tomar una postura frente al estado actual del país y, en particular, a las contrarreformas en curso- es reveladora y provocadora. Es reveladora porque pone en evidencia la ruptura de todo vínculo de representación entre las instituciones formalmente democráticas y la democracia como forma de contrapeso destinada a contener los poderes fácticos, el arbitrio de los poderosos, los propietarios y los administradores de los medios de producción, los grandes rentistas y los especuladores. Es provocadora porque la insaculación, come principio elemental de anonimato y horizontalidad de la democracia, desafía la perversión de una democracia de las élites y para la élites.
El Congreso Popular, en forma simbólica, pone al desnudo el diseño subversivo de las clases dominantes y viene a sumarse a las iniciativas que, desde abajo, están conformando un amplio frente de oposición social.